martes, 21 de febrero de 2012

La villa, hasta sufrirla




            En una entrevista, Cristian Alarcón contó que “Cuando empecé a investigar el Escuadrón de la Muerte, estaba en contacto con la Correpi (Coordinadora contra la Represión Policial Institucional) y la abogada María del Carmen Verdú me contó que en San Fernando existía el caso de un chico de diecisiete años que fue fusilado bajo una mesa, mientras gritaba: ‘No disparen, me entrego’. Decían que había sido una especie de Robin Hood, y después de su muerte comenzó la construcción de su mito. Me enteré de las ceremonias sobre la tumba de El Frente en el cementerio de San Fernando: los chicos le piden ofreciendo lo que consumen, marihuana y cerveza, para que los proteja de las balas de la policía cuando salen a robar. También le piden por otras cuestiones cotidianas. Ese fue el comienzo de la historia del libro.”
            El libro del que habla Alarcón es “Cuando me muera quiero que me toquen cumbia. Vidas de pibes chorros”. Este es un libro fundamental, no sólo  para entender que pasa dentro de las villas, sino para saber. Saber de qué hablamos cuando decimos pibes chorros, saber que no nacieron como un prototipo de joven con la cara tapada, alardeando con un arma en la televisión, como muchos los conocieron, sino que aparecieron por primera vez como cadáveres. Esos que hicieron tristemente famosa a la policía Bonaerense y su “Escuadrón de la Muerte”, los casos de gatillo fácil.
             Esa historia, la de Víctor El Frente Vital, que parece contener todas las historias, es desde donde se despliega el eje narrativo de este libro non-fiction. Relatado a un ritmo vertiginoso desde dentro de la misma villa, vamos conociendo la miseria y la violencia en la que se vive en las villas San Francisco, 25 de Mayo y la Esperanza de San Fernando. Pero también aprendemos de la solidaridad de dar hasta lo que uno lleva puesto, o lo que se logra conseguir ese día, que viene a ser lo mismo. Es otro tipo de lenguaje, son otros códigos.
            Este libro describe de manera apasionada la crueldad de la vida en la pobreza abyecta así como el aparato policial que acciona con impunidad. Entre los pasillos de la villa, dentro de los mismos ranchos que abren sus puertas a Alarcón, allí estamos también nosotros, sufriendo por el hijo que salió a robar y todavía no vuelve, por el pan que no alcanza, por los tiros que zumban cerca, cada vez más cerca.
            Es la narración de la construcción de este mito del Frente Vital que, cual santito de los pibes chorros, recibe oraciones y pedidos, tanto de aquellos que lo conocieron en su corta vida, como de los que ya lo supieron leyenda.
            Alarcón, el cronista, está involucrado en la narración, sabemos de su miedo, su vergüenza, su desconfianza y su enojo. El autor está sumergido en la realidad de las personas que entrevistó, del territorio que pisó, de la vida que presenció y compartió. En la villa, en los pasillos que El Frente Vital atravesó, muchas veces huyendo, otras para llevar comida a quienes no la tenían, no solo se mata y se muere, sino que también se sufre, vaya, y como se sufre.
           

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